“Os daré un corazón nuevo, y pondré un espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne” (Ezequiel 36:26).
Estas palabras, dadas por Dios a Israel a través del profeta Ezequiel, contienen una de las promesas más profundas de la obra redentora de Dios en su pueblo. No se trata de una simple mejora moral, sino de una transformación radical desde el interior, una obra divina que cambia la esencia misma de quienes somos. Esta promesa, cumplida en Cristo y aplicada a los creyentes por el Espíritu Santo, nos muestra la belleza de la regeneración: un corazón nuevo que ama, desea y obedece a Dios.
El corazón en la cosmovisión israelita
Para los israelitas, el corazón no era solo el centro de las emociones, sino la sede de la voluntad, el intelecto y la identidad moral. Un “corazón de piedra” simbolizaba una naturaleza endurecida, insensible y rebelde ante Dios, incapaz de responder con fe y obediencia. Este era el estado de Israel, que a pesar de haber visto las maravillas de Dios, se alejó de Él en desobediencia. Dios promete algo radical: quitar ese corazón de piedra y reemplazarlo con un corazón de carne, uno vivo, sensible a su Palabra y dispuesto a seguir sus caminos.
La transformación del corazón: una obra de Dios
Este cambio de corazón no es un esfuerzo humano, sino un acto soberano de Dios. Jeremías 17:9 declara que “engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso”; por lo tanto, el problema del hombre no se resuelve con mejores decisiones o mayor conocimiento, sino con un milagro divino. Dios mismo cambia el corazón, dándonos una nueva naturaleza que ahora desea agradarle. Esto es lo que Jesús explicó a Nicodemo en Juan 3:3: “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. La regeneración es un nuevo nacimiento, un cambio desde el centro de nuestro ser.
Frutos del nuevo corazón
El corazón nuevo no solo nos permite conocer a Dios, sino que transforma nuestra manera de vivir. Ahora deseamos la santidad (Hebreos 12:14), amamos la justicia (Mateo 5:6) y buscamos glorificar a Dios en todo lo que hacemos (1 Corintios 10:31). La obediencia ya no es una carga, sino un gozo, porque ahora nuestro ser ha sido conformado para deleitarse en los caminos del Señor. Como dice Filipenses 2:13, “Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad”.
Conclusión: Un corazón que late para Dios
Ezequiel 36:26 es una promesa gloriosa que nos recuerda que la salvación no es un mero cambio de conducta, sino una transformación del ser entero. El evangelio no viene a reformar lo viejo, sino a hacerlo nuevo (2 Corintios 5:17). Este nuevo corazón nos capacita para amar a Dios con todo nuestro ser y vivir para su gloria. Que cada latido de nuestro corazón renovado sea una expresión de gratitud y adoración al Dios que nos hizo nuevos en Cristo.