“Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en público” (Mateo 6:6).
La oración es una de las disciplinas de la gracia que nos permite cultivar una relación profunda con Dios. No se trata de palabras elaboradas ni de demostrar espiritualidad ante los demás, sino de un encuentro sincero con nuestro Padre celestial. Jesús nos llama a la oración en lo secreto, no porque Dios no escuche las oraciones en público, sino porque la intimidad con Él se forja en los momentos donde solo estamos nosotros y Su presencia.
Jonás nos ofrece un recordatorio sorprendente de este principio. Dios quería encontrarse con él, pero Jonás huía de su llamado. Sin embargo, Dios mismo le proveyó un “aposento secreto” inesperado: el vientre de un gran pez. Allí, en la oscuridad y el aislamiento total, Jonás clamó a Dios (Jonás 2:1-2), y el Señor escuchó su oración. Esto nos recuerda que Dios nos llama a la intimidad con Él, y muchas veces utiliza los lugares más inusuales para llevarnos allí. A veces, nuestra “ballena” puede ser una prueba, una crisis o un momento de soledad, pero siempre es una invitación a acercarnos más a Dios.
Jesús nos enseñó que nuestro “aposento” es el lugar donde encontramos al Padre sin distracciones. Puede ser una habitación literal o cualquier espacio donde cerramos la puerta al ruido del mundo. Allí, en lo secreto, Dios moldea nuestro carácter, fortalece nuestra fe y nos prepara para cumplir Su propósito. La oración constante no es solo una práctica religiosa, sino una muestra de dependencia y amor hacia Dios.
A lo largo de la Escritura, vemos que aquellos que caminaron con Dios tuvieron una vida de oración en lo secreto. Daniel oraba tres veces al día en su habitación (Daniel 6:10), David clamaba en la soledad de los campos (Salmo 63:6), y Jesús mismo buscaba lugares apartados para hablar con el Padre (Marcos 1:35). Esto nos muestra que la oración privada no es opcional, sino esencial para una fe genuina y viva.
Dios no necesita lugares específicos para encontrarse con nosotros, pero sí busca corazones dispuestos a buscarle. Ya sea en un cuarto tranquilo o en el vientre de una ballena, la invitación sigue en pie: entra en lo secreto, habla con tu Padre y experimenta Su gracia transformadora.